La tinta había dejado de fluir por las venas marchitas del escritor, y caía, espesa y putrefacta, en el suelo desértico del tiempo y el espacio.
Las palabras, silenciadas.
Las ideas, encadenadas a majestuosos muros de piedra viva.
Las musas, exterminadas, muertas en el silencio de la desesperanza y el horror más inhumano.
Y su sangre mancillada, en las manos del escritor ausente.
Ahora que todo se ha calmado, tras la tempestad, las aguas del océano de mi vida vuelven a estar tranquilas, los ríos avanzan tranquilos por cauces renovados, limpios y llenos de una luz nueva que brilla en el oleaje como pequeños diamantes en las espumosas aguas de Venus. O de Eros.
Ahora que todo se calma, mientras el verano se abre camino entre las flores de la primavera y el aroma del sol comienza a bañarlo todo, el escritor antes ausente retoma el control de sus días y, papel en mano, tinta en las venas, comienza nuevamente a derramar sus historias.
Las musas viven de nuevo, y caminan a su alrededor, protegiéndolo de una vida que nunca fue más suya de lo que hoy es.
Porque el escritor ha retornado, como el rey, para quedarse...
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