9 de noviembre de 2012

El Lamento de la Loba


Sentía el lento transcurrir de las horas. En el firmamento millones de estrellas se cernían sobre mí y no había nadie allí para rescatarme, para ayudarme… para alentarme.
Era una noche fría y sucia. No podía verse la luna, aunque se presentía en lo alto de aquella cúpula oscura que caía como negro manto sobre un mundo triste y vacío. El aullido de una loba rasgaba el sepulcral silencio del bosque.
No tenía miedo, mas algo en mi interior suplicaba clemencia. Era aquel mi destino, lo sabía desde siempre. Y el destino siempre ha de verse cumplido. Obviar los sabios caminos marcados con fuego sería arduo y peligroso. Sentía bajo mis pies el errático girar del mundo sobre sí mismo. El vértigo me obligó a entrecerrar los ojos. Desde lo alto de la montaña pude acariciar el cielo nocturno y susurrarle mis secretos a una estrella. Ella los guardará con celo; ha prometido hacerlo.
Cerrando los ojos por completo intenté respirar el frescor de la naturaleza muerta. Una súbita sensación de desamparo hizo mella en mi ser mientras un retortijón me incomodaba cruelmente. Un malestar general se apoderó de mi cuerpo, agarrotándome los músculos. Se acercaba la hora.
Nubarrones color azabache volaban desde el oeste. Se aclaraba el cielo de la noche y la triste palidez de la luna despierta lo cubría todo. Sombras, miedos y pesadillas brillaban en el horizonte. El ulular de varias lechuzas a lo lejos, en las profundidades del bosque, resultaba inquietante. La loba me observaba desde abajo, solitaria en la distancia. Sonreía con maldad. Dos murciélagos enamorados volaban sobre mi cabeza. No tenía miedo, solo un intenso malestar y una débil sensación de desamparo, que crecía como la noche.
Una sirena me llamaba en la lejanía. El eco de la noche magnificaba su estridente alarido. Me sentía morir y por primera vez, el peso del miedo cayó sobre mí. Me avergüenza haber sucumbido al miedo, pues no había nada que temer. Mi destino se acercaba.
Miedo.
La loba se asustó y con sigilo, se internó en el bosque. Ya no sonreía. Las lechuzas se callaron, desaparecieron los murciélagos. Una suave brisa se alzaba desde el sur acariciando mi rostro. Respiré llenando mis pulmones de la pureza de un viento virgen y puro.
Ella se acercó por detrás, con sigilo, rodeando con sus cálidos brazos mi cintura trémula. Estando ella conmigo nada horrible podía suceder.
El miedo crecía, como crecía también el lamento de la sirena al acercarse vigorosa. Aunque ella intentaba ocultarme sus lágrimas, su corazón sangraba con desesperación. Aunque quería parecer fuerte sus piernas flaqueaban. Contemplé su mirada dulce, acariciando su piel tenue. La besé; un último beso fugaz, sensible. Apasionado.
El automóvil se detuvo detrás de nosotros, el silencio se impuso cuando apagaron la sirena. Dos hombres perfectamente uniformados descendieron con paso decidido del coche. No me resistí porque no temía lo que estaba por llegar. Entré al coche por mi propio pie, sin mediar palabra. En el borde del bosque sombrío la loba contemplaba inmóvil la escena.
Ella lloró desconsolada, contemplando con impotencia el descender del automóvil por la ladera de la montaña. Sus piernas flaquearon y cayó de rodillas en la fría y dura piedra, haciéndose varias heridas que comenzaron a sangrar. Acariciaba sus labios tratando de sellar en ellos el sabor de mi boca. Se clavaba las afiladas uñas en las mejillas, haciéndose sangre. Lloraba. Sabía que el llanto, en ocasiones, curaba las heridas más profundas.

Piedra fría y duro acero se cernían sobre mí. Hierro en los puños, en los pies y en los ojos. No era horrible, tampoco placentero. El viaje había sido confortable. Ellos no hablaban, yo tampoco. No tiene sentido hablar cuando nada hay que decir.
Sentado en el suelo escuchaba la huida del miedo. Él sí que había llorado, golpeando con sus puños las rejas. Él sí suplicaba clemencia. Trataba de eludir su destino, que es el mío. No obtuvo respuesta; no obtuvo nada. No se lo he permitido. Aún cuando la presión y el agobio hicieron presa de mí mantuve la compostura, el silencio. No lloré porque mis ojos estaban secos. No sentí porque mi alma se había vaciado antes de entrar allí. Existían más muros que me separan de este mundo aparte de las paredes y el acero. Mi humanidad me abandonó cuando cometí mi pecado.
La celda era fría, la manta olía a muerte y a oscuridad, a podredumbre. Una humedad fría calaba los huesos doloridos. No lograba conciliar el sueño. No me extrañaba pero tampoco me resultaba molesto. Quería dormir y lo necesitaba. Lo intentaba.
Pero la celda era demasiado fría.
Como fría era la piedra donde, bajo la luna muerta, ella no había dejado de llorar. La loba se acercó, pero ella no se asustó, sabía que aquella loba ningún daño le haría. A su lado el animal aullaba cantando al viento sus penas. Ella no detuvo su llanto amargo. Dos lobas heridas en lo más profundo del corazón, los dos lamentos de las lobas se entrecruzaron en la noche. La alegría abandonó el lugar.

La pesada losa del futuro incierto amanecía sobre mi cuerpo desnudo. La noche formaba parte de un extraño sueño. ¿Había tenido una vida más allá de este lugar de acero y piedra? ¿Había conocido alguna vez la libertad? Mis preguntas no obtuvieron respuesta. Abrí los ojos. Agua templada cayó sobre mi cabello, acariciando mis manos, recorriendo los senderos de mis abdominales definidos, deteniéndose en cada rincón de mi sexo flácido y muerto. Otros hombres me observaban con lascivia. Algunos de ellos esbozando pícaras sonrisas bajo sus miradas ardientes. No me asusté, no había nada que temer. Estaba preparado.
Uno de ellos se acercó. Era atractivo. Estaba desnudo pero su sexo, a diferencia del mío, no parecía muerto. Me ofreció cortésmente su ayuda mientras tomaba entre sus manos una esponja seca. Cortésmente le rechacé y el volvió a mirarme, sentándose luego. No dejó de contemplar mi cuerpo. Podría haberme sentido incómodo pero esas banalidades no me preocupaban en absoluto.
La pesada losa del futuro apremia.

El juez escuchó mis razones, atento. Una mujer me observaba en la soledad de la sala. No era ella, porque ella permanecía dormida sobre la fría piedra en la ladera de la montaña. Un hilo de saliva caía sobre su pecho. La loba lamía su rostro húmedo de rocío y lágrimas.
El juez emitió su cruel veredicto. Sonreí.
Sobre la piedra desnuda el sol acariciaba su rostro, mas ella no despertó. Sus ojos permanecieron cerrados, sus labios fríos, su rostro contraído por el dolor. Yo en la soledad de una celda, ella en la soledad de la fría muerte. Tan injusto como poético.
Pienso.
Muchos años permaneceré en mi celda fría. Su esqueleto se lo llevará el viento mientras el mío se pudrirá en esta celda. Su cuerpo será presa de las aves carroñeras mientras el mío será contemplado por hombres esclavos de un hambre que no pueden saciar. Algún día lograrán su objetivo y probarán con ansia mi carne trémula.
En la quietud del bosque la loba ha muerto de pena y una lechuza de plumas blancas llora su pérdida. El ave fénix canturreaba en los mitos mientras lloraba la lechuza. Sobre la fría piedra los carroñeros devoraron los cuerpos femeninos. Rasgando la carne, saboreando los huesos, derramando su sangre. Las horas pasan, los días corren… El impasible correr del tiempo.

Diez años no son nada comparados con los milenios de historia de este mundo. Han sido largos y difíciles para mí. De nuevo la brisa, de nuevo el sol, la palidez de la luna, el olor de la naturaleza. De nuevo el susurro del viento, los cantos de las lechuzas, el vuelo de los murciélagos.
Ya nunca más se escuchará en la brisa de la noche el lamento de la loba, ya nunca recuperaré la caricia de la mujer.
En lo alto de la montaña me aguarda fría e impenetrable la piedra. Desde allí, con el valor en una mano y el miedo en la otra, contemplaré el atardecer teñido de rojo, como la sangre derramada allí por la pena del amor perdido.
El destino se ha cumplido.
Siento las horas pasar. En el firmamento las estrellas se ciernen sobre mí. Sin temor ni desamparo, tan solo el trágico camino de la inquieta soledad, el silencio respetuoso por la ausencia del lamento de la loba.

*Relato escrito en el año 2008...

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