21 de mayo de 2012

Café fresco

Es temprano en una mañana cualquiera, un día en el que no hay trabajo. En el exterior, la temperatura es fresca, el cielo gris no invita a salir o pasear, sino a quedarse en el hogar, relajado.
La cafeterá está al fuego, el agua calentándose, y en breves instantes, el olor del café fresco inundará mi mañana, una mañana de lunes en la que no hay gran cosa por hacer.

Ya hierve la cafetera, y mientras degusto una taza de humeante café de Colombia, me dedicaré a aquello que se me da bien, tal vez lo único que verdaderamente se hacer.
Estos días he permitido que otros asuntos me apartasen del camino, y, durante toda la jornada, no hice gran cosa. Sin embargo al caer la noche, rodeado de oscuridad, todo cambia... y hasta las tres de la madrugada, en mi casa resonaba el eco de las teclas sobre el teclado mientras yo escribía y escribía.

Escribiendo soy feliz, escribiendo soy yo mismo. Café fresco en la taza, con su aroma embriagándome, mientras las historias contadas o por contar, se derraman por las páginas de futuros libros. Con tinta negra, tinta café.
Café fresco por la mañana, y la certeza de un buen día, volviendo al origen.
Sea.

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