10 de septiembre de 2011

Historia Triste del Mantón que Teje Manuela


Ilustración de Tamarindo Conde

Teje la sabia y vieja Manuela un mantón que nunca termina. Así lleva diez años, hilando, cosiendo y luego remendando. Nunca se acaba el hilo, nunca parece cansada de un trabajo que no tiene fin. Lleva diez años tramando los hilos y el mantón apenas ha crecido: sigue siendo un simple y mustio retal, un poco más lleno de polvo, un poquito descolorido.
Comenzó la vieja su tejer cuando su pequeño se fue a la guerra. Lo llamaron en una fría mañana de invierno, cuando la niebla no permitía ver más allá de la puerta. Aún no habían comido cuando el hijo, que rozaba ya los treinta años, partió. Y aquella tarde, mientras su marido lloraba en silencio, comenzó su larga labor la mujer, triste y sola. Con una madeja de vieja lana raída y dos agujas de tricotar empezó Manuela el trabajo.
Manuela Figueroa había parido seis hijos y ninguno, excepto el pequeño, quedaba ya con vida. Unos, muertos al nacer. Otros se los habían llevado la peste y la enfermedad, cuando no el hambre. Solo había llorado con la muerte de los tres primeros. Los demás apenas los había querido, aunque el amor de madre siempre sea inmenso. Tampoco quería demasiado a Romero, el militar.
-Llevas a una criatura en tu vientre, sufres y lloras sangre al parirlos… y luego, sin miramientos, se van. –decía Manuela con terquedad–. Me importa bien poco que se los lleve la muerte o la guerra. El caso, digo yo, es que me dejan sola todos ellos. Parir hijos… ¡que los paran las ricas, ellas que pueden!
Y lo dijo al tercero. Pero parió otros tres. Y los tres la dejaron.

Diez años lleva tejiendo un mantón para Romero. Espera que con él, su pequeño pueda cobijarse del frío. Mas el frío que Romero siente no es fácil de evitar, pues allí donde él duerme no hay ni mantones ni almohadas, ni colchón ni sábanas. Allí, bajo tierra, solo hay húmeda y triste oscuridad, pues aunque la vieja no quiera saberlo (aunque lo sabe), su último hijo murió en batalla solo una semana antes de que fuera firmada la paz. Fallecido, perdido en la brillante oscuridad de los misiles y las balas que le arrebataron su joven vida.
Murió sin necesidad en medio de una guerra absurda, como lo son todas las guerras. A él lo llamaron y acudió en ayuda de su patria que mezquinamente, olvidó su nombre como Manuela nunca lo ha de olvidar.

-¿Para quién tejes, Manuela? –pregunta una vecina chismosa.
-Tejo para vencer el frío –responde la anciana con rostro ceñudo–. Trenzo los hilos del mantón para mi Romerito lindo, que vendrá muy pronto de la guerra. Y si no viene, cruzaré la montaña yo sola y le llevare la manta al frente, no vaya a coger frío.
-Pero Manuela, la guerra hace años que terminó –le dicen otras vecinas–. Y tu hijo ya regresó, Dios lo tenga en su Gloria.
-Acabaría la guerra, no digo que no –responde despreocupada–. Pero mi Romerito no ha venido, no me toméis por tonta. Sigue su habitación vacía y en su armario no están las ropas de militar. Además, mi Romero hermoso nunca olvida darle un beso a su madre, que tanto lo quiere.
Manuela Figueroa urde el mantón inacabado como una araña tejiendo su red. Muertos los hijos, muerto luego el padre y hombre, Manuela sigue tejiendo y nunca se cansará de tejer. Trenzó los hilos en los entierros y aún en su sepultura llevara consigo la inacabada manta y la aguja.
“Un muerto tiene que llevarse algo a la tumba con que disfrutar en el más allá, lo decían los ancestros, no lo digo yo”.
Manuela Figueroa, que aún sobrevive en su casita en pleno bosque, aún no ha terminado el mantón.
Muy pronto, seguro, dormirá con él, bien abrigada. El mantón no crece. El mantón tiene el mismo tamaño con el que comenzó a tejerlo. ¿Y qué más da? Mientras duren la lana y su locura seguirá tejiendo… o insistiendo en tejer. Y cuando el destino corte los hilos y el mantón caiga al suelo con el polvo acumulado, Manuela habrá terminado su labor en el mundo, que no ha sido para ella más que un eterno sufrir. Perdidos los hijos, perdido el marido, ya solo le queda un placer en la vida y una alegría: el tejer con los ojos pequeños y la vista menguante.
Manuela no teje un mantón. Manuela, inconsciente, teje un triste final. 


Relato publicado en "El Correo Gallego" en el año 2007

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