Ilustración de Tamarindo Conde |
Teje la sabia y vieja Manuela un
mantón que nunca termina. Así lleva diez años, hilando, cosiendo y luego
remendando. Nunca se acaba el hilo, nunca parece cansada de un trabajo que no
tiene fin. Lleva diez años tramando los hilos y el mantón apenas ha crecido:
sigue siendo un simple y mustio retal, un poco más lleno de polvo, un poquito
descolorido.
Comenzó la vieja su tejer cuando
su pequeño se fue a la guerra. Lo llamaron en una fría mañana de invierno, cuando
la niebla no permitía ver más allá de la puerta. Aún no habían comido cuando el
hijo, que rozaba ya los treinta años, partió. Y aquella tarde, mientras su
marido lloraba en silencio, comenzó su larga labor la mujer, triste y sola. Con
una madeja de vieja lana raída y dos agujas de tricotar empezó Manuela el
trabajo.
Manuela Figueroa había parido
seis hijos y ninguno, excepto el pequeño, quedaba ya con vida. Unos, muertos al
nacer. Otros se los habían llevado la peste y la enfermedad, cuando no el hambre.
Solo había llorado con la muerte de los tres primeros. Los demás apenas los
había querido, aunque el amor de madre siempre sea inmenso. Tampoco quería
demasiado a Romero, el militar.
-Llevas a una criatura en tu
vientre, sufres y lloras sangre al parirlos… y luego, sin miramientos, se van.
–decía Manuela con terquedad–. Me importa bien poco que se los lleve la muerte
o la guerra. El caso, digo yo, es que me dejan sola todos ellos. Parir hijos… ¡que
los paran las ricas, ellas que pueden!
Y lo dijo al tercero. Pero parió
otros tres. Y los tres la dejaron.
Diez años lleva tejiendo un
mantón para Romero. Espera que con él, su pequeño pueda cobijarse del frío. Mas
el frío que Romero siente no es fácil de evitar, pues allí donde él duerme no
hay ni mantones ni almohadas, ni colchón ni sábanas. Allí, bajo tierra, solo
hay húmeda y triste oscuridad, pues aunque la vieja no quiera saberlo (aunque
lo sabe), su último hijo murió en batalla solo una semana antes de que fuera
firmada la paz. Fallecido, perdido en la brillante oscuridad de los misiles y
las balas que le arrebataron su joven vida.
Murió sin necesidad en medio de
una guerra absurda, como lo son todas las guerras. A él lo llamaron y acudió en
ayuda de su patria que mezquinamente, olvidó su nombre como Manuela nunca lo ha
de olvidar.
-¿Para quién tejes, Manuela? –pregunta
una vecina chismosa.
-Tejo para vencer el frío –responde
la anciana con rostro ceñudo–. Trenzo los hilos del mantón para mi Romerito
lindo, que vendrá muy pronto de la guerra. Y si no viene, cruzaré la montaña yo
sola y le llevare la manta al frente, no vaya a coger frío.
-Pero Manuela, la guerra hace
años que terminó –le dicen otras vecinas–. Y tu hijo ya regresó, Dios lo tenga
en su Gloria.
-Acabaría la guerra, no digo que
no –responde despreocupada–. Pero mi Romerito no ha venido, no me toméis por
tonta. Sigue su habitación vacía y en su armario no están las ropas de militar.
Además, mi Romero hermoso nunca olvida darle un beso a su madre, que tanto lo
quiere.
Manuela Figueroa urde el mantón
inacabado como una araña tejiendo su red. Muertos los hijos, muerto luego el
padre y hombre, Manuela sigue tejiendo y nunca se cansará de tejer. Trenzó los
hilos en los entierros y aún en su sepultura llevara consigo la inacabada manta
y la aguja.
“Un muerto tiene que llevarse
algo a la tumba con que disfrutar en el más allá, lo decían los ancestros, no
lo digo yo”.
Manuela Figueroa, que aún
sobrevive en su casita en pleno bosque, aún no ha terminado el mantón.
Muy pronto, seguro, dormirá con
él, bien abrigada. El mantón no crece. El mantón tiene el mismo tamaño con el
que comenzó a tejerlo. ¿Y qué más da? Mientras duren la lana y su locura seguirá
tejiendo… o insistiendo en tejer. Y cuando el destino corte los hilos y el
mantón caiga al suelo con el polvo acumulado, Manuela habrá terminado su labor
en el mundo, que no ha sido para ella más que un eterno sufrir. Perdidos los
hijos, perdido el marido, ya solo le queda un placer en la vida y una alegría:
el tejer con los ojos pequeños y la vista menguante.
Manuela no teje un mantón.
Manuela, inconsciente, teje un triste final.
Relato publicado en "El Correo Gallego" en el año 2007
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