14 de septiembre de 2011

Cuento Macabro

 Una sola lágrima corriendo por tu cuello, derramándose lentamente hacia los abismos de tu pecho, cayendo por tus pectorales, tus abdominales, más allá de tu ombligo, hasta encontrarse con el descuidado bosque del vello de tu sexo. Una simple lágrima de sangre que tiñe tu piel pálida, que me invita a lamerte el cuerpo cuya vida se agota, recorriendo cada centímetro con mi lengua envenenada mientras aspiro el embriagador aroma que a ti me atrajo... Es hermoso, si lo piensas...


Voy a contaros un cuento, pero no un cuento al uso, sino uno en esencia verdadero. Un cuento sin finales felices. Una historia de hombres, donde las mujeres no tienen cabida. Las princesas, relegadas a dormir su sueño, mientras ellos, caballeros de vida agitada, viven las noches del vicio y la depravación más infame. 
El protagonista de este cuento macabro no es un príncipe apuesto, de ondulados cabellos dorados, sino un duque o tal vez un conde, de cabellos negros como la muerte, con un rostro de cera por ángeles caídos cincelado. Ojos almendrados y fríos posee, nariz fina y afilada, labios carnosos y envenenados.
Su cuerpo es el cuerpo mismo del pecado, sus manos son armas de cristal velado.
Su uniforme no es azul, sino negro. Un traje de elegancia que cubre sus músculos y secretos y oculta a ojos del mundo una realidad temible. Su nombre, perdido en el tiempo, bien podría ser mi nombre. Sí, por mi mismo nombre llamaremos a este ser del mundo real. Tal vez, tan solo quizás, su historia sea la mía.
Damián no es protagonista de cuento, no de esos cuentos que uno contaría a sus hijos antes de dormir. Pues en el cuento que ahora os estoy contando, Damián es un caballero de tinieblas ornado. Su reino es la tortura, el dolor y la desdicha. En sus manos no porta un cetro de oro y piedras preciosas, sino dagas afiladas y espadas legendarias. No viste azul, porque el azul, porque no es un príncipe ni es perfecto. El negro es más sufrido... menos evidente, más discreto. 
El caballero de tinieblas ornado tampoco busca una princesa de cuento. No busca una dama de refinadas costumbres y altos tacones, y vestidos de ensueño imposibles de fabricar. No busca pendientes brillantes ni joyas, ni carruajes y fiestas. El caballero que lleva mi nombre busca los cuerpo de príncipes varoniles y caballeros apuestos. Hombres, como él.
Si buscase la perfección nunca la encontraría, pues el mundo es imperfecto y he ahí la gracia del vivir.
Armado hasta los dientes con su propia realidad, cubierto por una invisible armadura, el caballero tenebroso se mueve entre las alimañas del mundo y vive, ajeno a todo lo demás, una vida insaciable y dura.

Yo, príncipe de las tinieblas. Yo, maestro brujo hacedor de maldiciones, cuyas malas artes producen venenos desconocidos... Yo, Damián, os digo que ante mí os postraréis. Bajo mi mano de hierro gobernaré vuestras tierras, y si contra mí os alzareis, no os quepa duda, pereceréis. Las sombras son mis aliadas. Los cuervos, mis mascotas. Bajo mi férrea mirada, la vida muere y la muerte vive. Así sea. Buscaré un príncipe, uno que sea mío, y así ha de ser...

¡Oh, tú, príncipe idiota, descerebrado absurdo de efímera belleza! Ven a mí... Voy a seducirte, caballero. Voy a camelar tus sentidos, a enamorarte de mí, a conseguir que no duermas sin soñarme, que no hables sin nombrarme, que no beses sin besarme... voy a hacer que tu vida sea mía, que cada latido de tu corazón me pertenezca, que cada fibra de tu cuerpo lleve mi nombre tatuado en fuego.
Logrado mi cometido, alcanzado el éxito de mi plan, llegará la hora de terminar la faena, y una vez seas mío, y una vez tu vida sea mía, tomaré entre mis manos la daga de plata del dolor y mientras seamos uno, unidos por la gracia del sexo y la lujuria pasional de los hombres amándose, fundidos nuestros cuerpos... tus ojos cerrados en un gemido de placentera dicha, clavaré su afilada hoja en tu pecho, y derramaré tu sangre sobre mis manos, sobre mi cuerpo, y beberé tu vida mientras la pierdes a borbotones sin dejar de gemir. Tu sangre en mi sangre, tu vida escurriéndose entre mis dedos. 
Y una vez muerto, seré yo y solo yo, y podré sentirme vivo de nuevo. Y vivo, más allá de tu cadáver sobre mi cama y tu sangre sobre mi pecho, buscaré un nuevo amante, al que haré mío sobre tus restos, al que haré mío y solo mío, y llegado el momento, volveré a beber de él, como de ti habré bebido. Y me volveré solitario, huraño... e inmortal.
Los príncipes muertos cantarán un réquiem a aquellos que llegan para aumentar su coro. El príncipe solitario, en las tinieblas rey, aceptó su locura y siguió matando, bebiendo sangre, planeando venganzas y creando venenos. Bebiendo sangre, amando a los hombres, devorándolos, haciéndolos perecer en una danza orgiástica de sudor y semen. Y sangre, siempre sangre...
Copas de sangre a mi mesa. En mis mazmorras, cuerpos sin vida. En la medianoche de luna llena, gritos de ausencia y trémulas miradas a los cielos de cristalina negrura. Y solo en su castillo, vive el caballero sin finales felices... y sin final.


Imagen: fotograma de la serie de tv "Dante's Cove"

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