22 de junio de 2011

Distancia

Añorando aquello que tan solo había soñado, contemplaba en el horizonte de su propia existencia la inmensidad que los separaba. Incluso en los sueños, más allá de cualquier lógica, la cruel realidad se interponía en su camino arrastrándole al precipicio de la eterna soledad a la que había sido condenado.
Nada puede hacerse cuando todos los trenes han partido, cuando el mundo parece haberse esfumado bajo los pies, cuando nada queda a tu alrededor a excepción de la ausencia de quien nunca ha estado allí.
Soledad, triste soledad.
Crueles circunstancias las del tiempo y el espacio, que separan a los que anhelan estar juntos.
En las tierras de la nada, el recuerdo imborrable de quien nunca ha sido mío, de aquel que como el humo, se escapa hacia la eternidad. Como el agua en el cuenco de las manos, se derrama de forma incontrolable, desapareciendo hasta no dejar más que las moléculas invisibles de una realidad que ha sido posible, pero nunca real.
Y la distancia, infinita, separa a los amantes perdidos.
Océanos profundos e inabarcables. Áridos desiertos bañados por el perfume exótico de oriente.
O simplemente, la distancia invisible e infranqueable de lo imposible.

Te vi caminando en la selva de tu propia vida. He visto en tus ojos la razón misma de tu existencia y la verdad absoluta de tu ser. La bondad de tu suspiro, la eternidad de un beso nunca robado. He querido tomar tu mano entre las mías y llevarla allí donde late furioso mi corazón desbocado. He querido hablarte, decir tu nombre, acariciar tu rostro.
He querido ser y sentir, como tú eres y sientes.
Pero estás lejos, y nunca cerca. Allí, nunca aquí...

Y el escritor, ausente, se viste de añoranza...
Sus ojos en lágrimas bañados se pierden en la distancia, sus temblorosas manos acarician el manto que cubre su cuerpo desnudo.
Y en la distancia, un susurro al oído, una caricia sobre la piel. Y la esencia misma de lo que está por llegar.

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