20 de junio de 2011

De Muerte acompañado

Relieve funerario en Greyfriars
(Edimburgo, Escocia)
Vincent Mackenzie rubrica su final. Su historia se termina, su camino está cortado. Su realidad es completa.
Amigo, casi amante en horas oscuras, su sangre es la mía y su negro corazón es el mismo que en mi pecho late.
Ácidos corrosivos caen de sus ojos como lágrimas de falso dolor y absurda pena.
Como los míos, los suyos han visto que el mundo más negro es infranqueable para los puros de corazón. Y por eso, las sombras oscurecen su alma perdida.

El Amigo de la Muerte me acompaña en el pesar y la pérdida, en el duelo por la vida, en el réquiem de la muerte. En el susurro de las faldas de su compañera se advierte el mismo filo aceroso de quien sesga las vidas de los suyos, bañando en sangre el suelo que hoy pisamos.
El Amigo de la Muerte se rodea de extraños seres de otros mundos, que no dudan en acompañarle por un sendero marcado con rosas negras cuyas espinas gotean la sangre de aquellos valientes que osaron intentar cortarlas. ¿Quién, en su sano juicio, intentaría arrancar de la tierra yerma una de las rosas que marcan el sendero al otro lado?

De muerte acompañado, el escritor avanza en su pesar, sintiendo el vacío creciendo a su alrededor.
Y solo, en la misma soledad que sufre la muerte, vuelve a manchar de tinta sus manos viejas. Y solo, en la misma soledad de aquellos que ya no viven, vuelve a sentir...

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