2 de marzo de 2010

El difícil arte de la adaptación.


Ya no es un secreto —no para aquellos que siguen este blog con asiduidad, al menos— que en mi carrera como escritor se están produciendo cambios que me llevan de la novela al cine. Ayer os contaba que mi preparación está tocando techo, que ha llegado el momento de tomar las armas —de escritura— y comenzar a caminar en este nuevo mundo. El primer proyecto que manejo, como guionista, es la adaptación de mi última novela: “Historia del Hombre Muerto”. Es lo más sencillo, ¿no creéis? La historia ya está escrita, las escenas han sido colocadas… y solo resta traducir el lenguaje literario a lenguaje visual.
Además, aunque escrita originalmente en prosa y a modo de novela… lo cierto es que esta historia siempre ha tenido una gran carga cinematográfica. Conocidos actores se pasean por sus páginas… aunque en esta versión cinematográfica la cosa se complica y, los que a priori eran perfectos sobre el papel, ahora no me resultan especialmente atractivos en pantalla. Es igual. ¿Acaso puedo soñar con que Nicole Kidman o Johnny Depp acepten un papel en mi posible película? ¿O que el maestro Tim Burton quiera dirigirla? Todo es posible y yo, que vivo de fantasías, me permito soñar con las cumbres más altas. Pero siendo realistas…
Lo que parecía un camino sencillo, un primer proyecto que podría terminar en semanas, se está convirtiendo en realidad en un trabajo extenuante, lleno de callejones sin salida y problemas varios de argumento. Nadie dijo que sería fácil…
La adaptación cinematográfica de una novela previamente escrita no es tan sencillo como uno podría pensar. Nos jactamos de que lo es y, cuando alguien se atreve a trasladar un libro a la gran pantalla —léase, por ejemplo, “Harry Potter”—, se nos llena la boca con críticas, lamentando los cambios, las omisiones o los añadidos que el sufrido guionista haya realizado.
Cuando uno se ve en la boca del lobo, tiende a comprender todas esas cosas que antes criticaba. Y yo, lo reconozco, he criticado a Steve Kloves —guionista de la saga del niño mago— como el que más. ¡Lo siento, compañero!
En mi caso juego con cierta ventaja. Muy pocas personas han tenido acceso a la novela y, estoy casi seguro, ninguno de ellos va a hacer demasiada sangre del guión. Se van a producir muchos cambios, algunos previsibles —nada de regueros blancos, y aquí tan solo ellos podrán comprender a qué me refiero—, otros inevitables y otros, simplemente, por el lujo de la reescritura.
Esta ventaja, sin embargo, mengua ante una dificultad añadida: ser el autor de la novela. Ello me permite escribir un guión más profundo; nadie conoce a mis personajes como yo, nadie sabe qué es lo verdaderamente importante, lo prescindible. Sin embargo, a ningún otro guionista le temblaría el pulso agitando su afilada pluma para cortar, cambiar o añadir. Pongamos un ejemplo: desde que tengo claro que la novela se transformará en un guión, he cortado la cabeza de un personaje que, sobre el papel era importante pero, en la pantalla, ese papel puede interpretarlo cualquier otro. He aceptado su desaparición y, sin embargo, todavía reservo dudas por ello. Todavía lamento no mostrarle al mundo.
Hoy me encuentro en pleno desglose de escenas, dividiendo la novela en pequeños cuadros que luego, se transformarán en el guión. Es un trabajo difícil. Exige disciplina y mano dura, no puede temblarme el pulso ante el sufrimiento por todas las variaciones que se producen. Y al mismo tiempo, no puedo evitar sentirme inmensamente dichoso y la sonrisa apenas se borra de mis labios mientras me dedico a ello. Porque he vuelto a ese mundo que, creí en su momento, ya estaba cerrado. Vuelvo a pasearme por la cripta, por el deprimente piso del escritor… vuelvo a sentir el olor a quemado, a cera derretida, a papiro húmedo y polvoriento…
Y en plena crisis creativa, cuando el pozo de las ideas parecía agotado, vuelvo a ser yo. Ahora lo he comprendido. Necesitaba cerrar el círculo. “Historia del Hombre Muerto” había nacido con una clara vocación cinematográfica. Ahora, esa simple idea comienza a transformarse en realidad. Y esto es solo el primer paso en el largo y sinuoso camino del papel a la pantalla. Pero estoy preparado para recorrerlo.

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