3 de septiembre de 2009

El destino de lo escrito

La vida del artista es complicada. Solitaria, en ciertos casos. Aburrida, deprimente, extenuante, agotadora… pero siempre, no importa cuándo ni cómo, no importan ni el bien ni el mal, una vida plenamente satisfactoria.
Pintores, escultores y compositores, actores y actrices, músicos, directores… y sobre todo, escritores. Todos artistas, todos diferentes. No puedo hablar por los demás, ni siquiera por los escritores a los que no conozco. Puedo hablar de mi experiencia, sin embargo, por eso estoy aquí.
Mi realidad como escritor está teñida por la soledad más infinita. A veces, incluso en medio de la multitud, estoy completamente solo, aislado en un mundo que nadie más conoce, que los demás no pueden ver, oler ni sentir. A veces sufro con mis personajes, al saber sus destinos escritos. Los personajes fluyen, crecen y llevan su vida hasta las últimas consecuencias… hay que me reprocha la cantidad de muerte y desesperación que siembro en mis escritos. No soy yo, sin embargo, quien decide esas cosas. El destino de mis personajes simplemente fluye. Un día estoy escribiendo sobre la boda de dos personajes importantes y de pronto, sin saber muy bien la razón, me doy cuenta de que ese personaje va a morir, antes o después. Es una certeza. No es una posibilidad, no es un “quizás”, es la realidad, es lo que ha de ser.
Vivo rodeado de certezas creativas, del mismo modo en que vivo rodeado de incertidumbre en todo lo personal. Pocas personas conocen al verdadero Damián. Muy pocas, en realidad. Juraría que ni siquiera en mi familia conocen todos los claroscuros de mi personalidad… porque debo ocultar mi verdadero rostro tras una máscara. Es así, tan cierto y necesario como esas muertes en apariencia estúpidas de mis novelas. Muchos me dicen que los mejores finales son los finales felices… pero es no es del todo verdad. Si salvo la vida a un personaje que debería morir… la novela, aún siendo en su naturaleza una mentira, sería una falsa mentira. Sería irreal. No sería como debe ser.
¿Quién decide el destino de lo escrito? ¿Es mi subconsciente el que marca la vida y muerte de mis personajes, del mismo modo que decide las palabras que reflejarán ese periplo? ¿O hay algo más?
Tal vez sean las musas quienes me susurran al oído el destino de mi propio mundo. Sí, quizás sean ellas, las musas…

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