Me duele la cabeza desde hace días. Al principio era una molestia pero hoy este dolor se ha convertido en un verdadero calvario. Desconozco si es una migraña o una jaqueca, o un simple malestar que, prolongado en el tiempo, ha aumentado su intensidad por pura malicia…
No duermo demasiado bien. El torbellino de acontecimientos que me rodean desde que terminara mi última novela (título secreto, que solo unos pocos conocen y cuyo contenido aún menos han podido leer) puede con mis nervios y me encuentro, más allá de la medianoche, retorciéndome en la cama y sintiendo la impotencia de un sueño que no llega. He leído sobre personas que sufren insomnio crónico desde hace años (Colin Farrell, por ejemplo, dice no dormir casi nada desde hace años…). Si existe el infierno, es sin duda este.
Quizás lo he interpretado mal. Sí que duermo, en realidad, pero no es un sueño tranquilo y del tirón como se supone ha de ser un buen sueño. Me cuesta conciliar el sueño y cuando lo hago, me despierto varias veces a lo largo de la noche. Y cada vez que me despierto me cuesta media hora volver a dormir. Por eso luego, por la mañana, no consigo despegarme las sábanas del cuerpo y en vez de dedicar esas preciosas horas a la escritura… me levanto al mediodía (y solo porque tengo que recoger a mi madre en el trabajo).
El dolor de cabeza solo remite de vez en cuando. Es agudo, como si mi cerebro se inflamase y estuviese golpeando los huesos del cráneo con violencia. Siento la sangre burbujeando por toda mi cabeza y el palpitar del corazón en las sienes. Es una sensación horrible, que se calma ligeramente cuando me tumbo. En ese momento y durante unos segundos escasos, creo sentir el frescor de la mañana que alivia los sofocos que me produce el dolor.
Quizás mañana ya no me duela. Estos dolores terminan personificándose en personajes torturados. Esos que tanto me gustan: escritores miserables, prostitutas desdichadas, asesinos sanguinarios… o una mezcla de todos ellos.
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