22 de febrero de 2009

EMPATÍA

Escrito la madrugada del 13 de febrero de 2009

Hay mucha gente que desconoce el significado y el alcance de esta palabra, que a continuación voy a ilustrar con un ejemplo verídico:
Cuando tenía tan solo trece o catorce años, a un niño de mi colegio le diagnosticaron una meningitis. Al conocer la noticia, todos los demás niños sintieron pena por ese compañero, un sentimiento que casi todos olvidaron al salir al recreo. Pero hubo uno que no pudo olvidar tan fácilmente el sufrimiento de ese niño. No eran especialmente amigos, apenas si se saludaban, pero para aquel chiquillo, la enfermedad de un compañero parecía algo indudablemente triste. Por eso mientras los demás niños jugaban al fútbol o leían libros, él se sentó en un rincón apartado y lloró en silencio, sin saber la razón por la cuál lo hacía, pero sintiéndose profundamente desdichado.
Mientras lloraba, sentía el miedo de los padres, del propio niño enfermo. Sentía el dolor ante las terribles posibilidades que se abrían ante su compañero, como abismos inescrutables y profundos.
Nadie que no haya experimentado estas sensaciones puede comprender lo que el pobre niño sentía en aquel momento. Yo lo se, porque yo era ese niño. Aún hoy no comprendo por qué motivo lamentaba tanto algo que, de cualquier modo, tampoco me afectaba directamente. Como ya he dicho no era un amigo, apenas si era un conocido. Pero la verdad es que aquella mañana, después de conocer la noticia, sentí lo mismo que sentían aquellos que realmente lamentaban la situación de ese niño.
No recuerdo el nombre del niño enfermo, ni su cara. No hay nada excepto esa sensación de profundo desamparo. Sí me acuerdo de una profesora que se me acercó y me preguntó qué me ocurría. Se lo conté y ella me dijo algo que está grabado a fuego en mi mente:
—Eres muy empático. Simpatizas con los sentimientos ajenos de una forma muy exagerada y por eso lamentas la enfermedad de tu compañero y no solo porque sea algo triste, sino porque es una situación dolorosa para los que le rodean.
No tardé en darme cuenta de que así era. No puedo expresarlo con claridad, pero siempre presiento los sentimientos de las personas. No de los desconocidos, sino de aquellos con los que hay un lazo, por fino y frágil que éste sea. Me resulta imposible ver a una persona llorando y contener mis lágrimas. Me duele visionar los telediarios, que me resultan infumables cápsulas con las desgracias del mundo.
Alguien me dijo una vez que yo era muy raro.
Lo soy.

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