1 de diciembre de 2012

De la risa de un niño

Hubo una vez un niño que corría veloz por las praderas de su pueblo. Con las piernas desnudas y las rodillas cubiertas de heridas de guerra y juegos de niños, el pequeño atravesaba veloz entre los maizales, pisando las cosechas de los vecinos, que jamás se quejaban o le reñían, porque el sonido de su risa retumbaba en las paredes del valle, alegrando sus corazones congelados.
El niño era feliz. La sonrisa que alumbraba su rostro jamás se desvanecía. Reía al caer sobre la hierba mullida, retozando en charcos de barro, e incluso, reía con ganas cuando se estrellaba contra muros de espinos al tirarse sin frenos con su vieja bicicleta.
La vida del niño se reducía a esos momentos. Felices. Únicos, e irrepetibles.

Un día, el valle amaneció en silencio. La niebla cubría la copa de los pinos, el maíz crecía en silencio, los cultivos ya no tenían pisadas de pequeños pies.
El niño había crecido, y como suele suceder... ya no encontraba motivos para reír.

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