22 de diciembre de 2011

El fin del Tiempo

Es extraño si lo piensas, y pensarlo a veces, es lo peor que uno puede hacer.

Hoy he mirado de una extraña forma a las agujas de un reloj imaginario. Un reloj a una torre sujeto, de piedra su cuerpo y vacío su corazón. Su lengua, olvidada y secreta. No se donde se encuentra, mas el río a su vera suena... y es el hogar de un sueño, la fortaleza de una vida y la fuerza de un deseo que escapa a la razón.
He mirado de forma extraña a las agujas de un reloj que marca las horas de una extraña forma. Son extrañas sus agujas de hierro forjado, como extraños los números de su esfera son. Pues son números, indudablemente, y sin duda no lo son.
He contado los minutos, que ni siquiera minutos son, pues no duran lo que debieran... y tampoco deben durar lo que duran. ¡Menuda sinrazón!
Y sin embargo, mirando el reloj de extraña forma y funcionamiento extraño, me he sentido aletargado y seguro, como quien se sabe protegido de cualquier peligro exterior. Pues el reloj extraño de extraña forma, estaba justo al lado de tu extraño corazón. No, ¡qué digo! de tu corazón al que yo extraño.
Eso sí.
Mucho mejor.

¿Por qué he mirado un reloj como ese? Si pudiera precisar los motivos que a tan extraña locura me han llevado... mas no es posible, no puedo lograrlo, ni quiero hacerlo. La vida zozobra bajo mis pies descalzos mientras el reloj marca las horas y su campana me acompaña a ritmo de dulce vals. bailando contigo me siento feliz, mas no eres tú sino tu sombra, y ni siquiera tu sombra, sino tu recuerdo, una quimera, la sombra de la sombra de lo que hubiera podido ser.
¡Qué cosas pienso, cuando pienso en ti!

Una bruja tuerta me ha dicho que ese reloj marca mis horas, o mis horas para contigo, o tus horas junto a mi. No se, yo no lo creo... ¿como podría ser eso verdad, si ya tú estás muy lejos y el reloj no deja de avanzar? Qué locura, la bruja tuerta, en un callejón perdido de esta ciudad de piedra. ¡Qué sabrá ella de las horas de tan maravilloso reloj! Sus entrañas de plata y su alma de oro... y en sus ojos inexistentes el reflejo de tu voz.
¡Qué digo! Un sinsentido... el sinsentido del amor.
Pudieran llamarme loco, y no lo harían, pues me saben enamorado, de un hombre que me es esquivo y que no siente lo que mismo que yo. Y por ello, me compadecen, y se ríen a mis espaldas, porque saben que en mi corazón profundo albergo una esperanza que no atiende a razón alguna. La esperanza de estrecharte una vez más entre mis brazos, antes del fin del tiempo... antes de la última campanada, cuando todo se vuelva oscuro y no exista jamás la luz. Antes de perderme en tu recuerdo, y olvidarme de mi nombre y el tuyo, y de la musicalidad de los dos nombres juntos, y de tus ojos, hermosos ojos, y de tu endiabladamente hermosa voz. Y de tu cuerpo menudo y hermoso, y de tu rostro exquisito...
No te olvido... nunca lo hice, en verdad...
Me llamaron loco por perseguirte en el mundo de los sueños, y no sabían que allí ya fuiste mío.
Allí donde el reloj no marca el paso del tiempo, sino los latidos de nuestros corazones juntos, eternamente... donde el tiempo no tiene principio ni final.
Allí donde se, como también lo se en el mundo de la vida y la realidad, que he sido, soy, y seré por siempre, tuyo. Hasta que el tiempo toque a su fin... y no quede de nosotros más que el absurdo recuerdo de los que ya no están, de lo que no ha sido, y de lo que quién sabe, será.

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