7 de noviembre de 2011

Esperando al cartero...

Qué habría sido, muchas veces me pregunto, del señor Harry Potter sin cientos de cartas lloviendo en el salón de la casa de sus tíos, en el número 4 de Privet Drive. Qué habría sido de esos amantes secretos, en tiempos ya lejanos, sin la posibilidad de un papel, un sobre y un sello. Qué del mundo, sin carteros repartiendo cartas y personas que, ansiosas ante su llegada, vigilaban sus portales esperando la llegada de aquel que las traía...
Yo recuerdo recibirlas... casi siempre de familiares que vivían (y todavía viven) lejos de aquí. Con mi prima Rebeca, intercambiábamos cartas cada pocos días... ella me escribía a mí y yo, ansioso, le respondía. He tenido amigos únicamente sobre el papel de sus cartas... nunca un café en persona, nunca un abrazo, un beso o un apretón de manos en el mundo físico, tan solo en el hipotético mundo del papel y la tinta... amigos lejanos, pero amigos, que acudían puntuales a sus citas. Y qué más da no haberles visto, en la redondez de sus vocales, o en las afiladas puntas de alguna consonante, he podido adivinar la verdad de sus almas y cada latido de sus corazones ha quedado impreso en el papel con cada trazo, sus manos acariciando el folio, su fuerza imprimando la tinta...

Llamadme melancólico aburrido, o ser de otro tiempo, abrumado por las modernidades tecnológicas. Llamadme antiguo y pasado de moda... llamadme viejo, si así os place... pero de cualquier modo y en toda forma, no dejo de soñar con cartas traídas a mi por un cartero. Cartas de otras ciudades, de otras provincias, de países alejados en el mapa, de continentes separados por océanos.
¡La historia de una carta no deja de ser una gran historia! Atravesando profundos mares, yermos desiertos... cruzando entre guerras sangrientas y selvas cuya espesura lo cubre todo y convierte el día en noche bajo las tupidas ramas...

¿Habéis recibido, alguna vez, una carta de amor? Escrita con cuidada caligrafía, cada palabra mil veces pensada, un latido en cada trazo. Un papel bonito, un olor atractivo, un recuerdo imborrable en la película jamás estrenada del amor de vuestra vida...
Yo siempre he querido recibir uno. Guardarlas en un cajón, atadas con un lazo rojo, ocultando entre ellas los pétalos rojos de una sencilla rosa de San Valentín que ningún hombre ha llegado a regalarme. Y allí, ocultas y muchas veces olvidadas, contarán a mis descendientes (posibles por improbables, o quién sabrá) la historia de lo que he sido y sentido, o de lo que otros han sido o sentido por mí.
La belleza de una rubrica, cerrando la carta, sellando el secreto. Quizás un beso invisible, sus labios sobre el papel, mojando la tinta su aliento... Tal vez una posdata, un último añadido... un "te quiero", un "pronto nos veremos". Espero tu respuesta, mirando al horizonte tras el que te escondes. Cartero, que siempre llamas dos veces. Cartero, señor cartero... no pierdas las letras nunca leídas que narran el amor y cuentan la vida.

Y yo espero, en silencio, una carta que no llega. Porque hoy, en este siglo tan moderno, no hay cartas que lleguen y muy pronto, ya lo veremos, tampoco habrá un simple y triste cartero.

Posdata: Te Quiero.

1 comentario:

Ileana Mercado dijo...

Comparto contigo ese silencioso deseo de volver a aquella época de oro, en la que no pesaba escribir desde el alma. Aquellas cartas escritas con una caligrafía adornada y detallada minuciosamente.
A mi también me gustaría recibir alguna carta de amor de un joven caballero, escrita con pluma y tintero. :)
Quizá algún día me siente en el sofá, mirando hacia la ventana, en espera de una carta que contenga la continuación de una conversación interrumpida, o noticias particulares de un buen amigo.

Saludos afectuosos

Ileana

Pt. Felicitaciones por tu blog :)