2 de octubre de 2011

El Muro (de papel)

Esta mañana, cuando remoloneaba en mi cama, negándome a despertar y a comenzar un domingo caluroso y aburrido como cualquier domingo, mientras mi madre hacía café fresco en la cocina, mi dormitorio olía a papel nuevo y a tinta fresca.
¡Qué curioso! Tomé aquellos olores como un preludio de una jornada de inspirada escritura, un avance descomunal en mi trabajo.
Aquí estoy, al borde de la noche, con páginas en blanco, un montón de papeles arrugados a mis pies descalzos... y una mala leche que no me contengo.
Otro granito de arena que añadir a una montaña descomunal de decepciones y fastidios, de tristezas y pequeños dramas. La bola de nieve que se transforma en alud. La gota que colma el vaso, el charco que se transforma en océano, la gota de lluvia que deriva en tormenta.
Necesito distanciarme de todo una temporada, sentarme en una mecedora a la sombra de algún árbol, y simplemente dejar de vivir una temporada. ¡Quién fuera rico!

La cuestión es que llevo muchos días parado ante este muro infranqueable. Podría bordearlo, pero continúa más allá de donde alcanza la vista. Podría saltarlo, pero no puedo precisar su altura, y en lo alto parece que hay cristales y alambre de espino.
¿Qué hacer cuando tu vida se congela y no hay forma de avanzar o retroceder? ¿Cómo tomar la perspectiva necesaria para tomar una decisión?

Una sombra oscura ha secuestrado a las musas. Ya no acuden a mi susurrando historias y palabras... ahora estoy solo, indefenso ante la selvática agonía de un sueño que se desmorona. Y ni siquiera en las deprimidas tierras de la desdicha, donde antes encontraba inspiradoras historias de asesinatos y tristezas, de llantos y melancolías... ni siquiera allí encuentro ahora consuelo alguno.
Es el infortunio de no saber qué hacer.

Parado el tiempo, terrible sufrimiento... ante los altos muros de una torre de papel. Papel blanco, impoluto... y sin tinta ni tintero, ni nada que escribir.

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