6 de julio de 2011

El Maquinista


Las agujas del reloj marcaban un par de minutos más allá de las doce, pero el tren continuaba parado en la estación, sin visos de partir hacia un destino que nadie había marcado, que era un misterio todavía por resolver.
Todo estaba preparado. Los pasajeros se habían acomodado en sus asientos, el tren había sido revisado y se había comprobado que nada fallaba. Las vías, vacías. El trayecto, libre. El mundo, expectante.
En su cabina, contemplando el horizonte con la mirada perdida, el maquinista se impacientaba, aguardando la señal. Partir, o cancelar el viaje. La decisión parecía sencilla, pero allí estaban, parados en la estación, resignándose a esperar.
Apareció entonces el revisor en la vía, y se detuvo ante el maquinista. Los dos hombres se miraron fijamente, entendiéndose sin palabras, pues los dos sabían que el tren esperaba a su revisor y que sin éste, no podrían partir.
-Sube, llevamos cinco minutos de retraso -dijo el maquinista, sonriendo al verle allí, al fin.
Pero el revisor no se movía de su sitio. Y las agujas del gran reloj redondo de la estación, continuaban su lento e imparable avance.
-¿A dónde nos llevará el tren? -preguntó el revisor, sin moverse de su posición.
-Nadie ha indicado nada al respecto -respondió el maquinista-. Nuestro Destino es incierto, pero todos queremos llegar a él.
El revisor meneó la cabeza, se sacó la visera azul marina y se rascó la cabeza de cabellos rubios. El sol se reflejó en sus ojos del color del cielo, y el maquinista suspiró.
-No me gusta eso -dijo el revisor, colocándose la gorra-. No es seguro.
El maquinista se asomó un poco y le sonrió.
-Nada es seguro, querido. Nada -dijo sin perder la sonrisa-. Y no obstante, los trenes tienen que partir...
Pero el revisor no se movía de su sitio. Y lentamente se giró, y contempló los raíles que se perdían más allá de la vista, engullidos en un horizonte desconocido.
-Sin un Destino marcado -dijo-, ¿cómo saber qué nos aguarda más allá? Quizás otro tren venga en nuestra dirección, quizás algo se interponga en nuestro camino, algo en mitad de la vía...
El maquinista bajó de la locomotora y se acercó al revisor, lo miró a los ojos y por un instante, sintió miedo. Nunca antes había sentido algo así, la sensación de que aquella locomotora, las vías e incluso la estación de tren se derretían a su alrededor, inundando cuanto conocía de acero fundido que amenazaba con quemarle los pies.
-Tienes que tomar tu decisión -dijo al fin, mirando aquellos ojos que se le antojaban distantes estrellas en un cielo nublado por el pesar-. El tren debe partir y tú debes estar en él. Nada ni nadie puede frenar la frecuencia de trenes. Puede que alcancemos nuestro Destino, puede que descarrilemos y acabemos en el fondo del precipicio... pero es nuestro Destino.
El revisor bajó la mirada.
-Quisiera no subir... -dijo- Pero no puedo hacerlo. No quiero hacerlo. Sé que tengo que subir al tren.
-No debes no subir.
-Sí, debería negarme y quedarme en tierra.
El maquinista suspiró.
-¿Te quedarías en la estación, preguntándote eternamente qué habría pasado si hubieses subido al tren?
Todavía espera una respuesta... pero el maquinista ya no mira al reloj, ni escucha las quejas de los pasajeros.
Había una sola cosa que tenía clara. El tren no podía partir sin su revisor.
El mundo podía esperar. A ellos, los esperaba su Destino, fuese cual fuese.

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