27 de junio de 2011

Bajo el farol rojo, en la calle de las tentaciones

La conocí una noche fría, mientras el mundo se convulsionaba en su propia autodestrucción, y ella me narró su historia.

Caminaba sola por callejones maltrechos, ataviada con su propia vergüenza, inflamando sus cabellos de fuego el viento traicionero, que deshace los harapos de sus ropas.
No es tristeza lo que oscurece su rostro ausente, no son lágrimas aquello que humedece la piel de sus mejillas. No es un suspiro melancólico el que mece sus senos turgentes, ceñidos por un corsé con hilos de sangre tejido.
El faldón de su vestido es de tul transparente, y enseña más de lo que sugiere, pues la mujer a solas perdida no es una dama de pureza intacta, sino que sus entrañas han sido preñadas de infidelidad y pecado.
Y en la desidia de su propia fortuna, la mujer alcanza su destino.
En la calle de las tentaciones vive una mujer para todos desconocida, por nadie conocida, aunque siempre buscada. No es una mujer hermosa, y no hay otra más hermosa que ella. Vacíos ojos de inescrutable profundidad, carnosos labios de mentiras y perdición, afiladas uñas que arañaban la vida... Rojo su corazón ardiente, y su sangre, caliente como lava, llenándola de un calor jamás sofocado.
La mujer vivía sola, alejada de la misma vida, y sólo muy de vez en cuando se rendía a sus instintos y buscaba el contacto, puramente carnal, de aquellos que siempre la buscaban, idolatrándola.
Bajo el farol rojo, en la esquina prohibida de la calle de las tentaciones, la ramera de apretadas ingles aguardaba paciente la llegada de sus concubinos, y con ellos, en el oscuro secreto de la noche fría, retozaba entre maldiciones y gemidos, dejándose querer.
Allí, con sus muslos heridos, sudoroso su cuerpo, se dejaba fornicar por aquellos que osaban querer poseerla. Aquellos que, sin saberlo, firmaban el pacto negro de su propio funeral.
La ramera gritaba en lenguas tiempo atrás olvidadas, los hombres gozaban... y el equilibrio de un universo en constante agitación se renovaba una vez más.
Ella se cobraba su presa, recibía la semilla de la nueva vida... y desaparecía, paciente, hasta el momento de retornar.
Bajo el farol rojo, esperaba la ramera.
Ningún hombre desea encontrarse con ella, pero todos ansían hallarla. La ramera de rojo vestida, ejercía de anfitriona en las fiestas del pecado y la depravación. Y vestida de lujo, renovada su aura, dejaba las ropas rojas en el suelo de la vida.
Y la ramera antes maldita, ejecutaba los planes de una realidad desconocida.
***
Una noche la historia cambió. Y a la luz de la luna llena, la ramera ausente encontró al caballero al que había buscado en la eternidad de un suspiro. Un hombre apuesto como ningún otro, con océanos en los ojos y un paraíso en su corazón, armado en silencio con una armadura de acero frío. El caballero defendía su vida con ahínco, armándose de valor con la espada empuñada.
Lucharon ferozmente, la ramera danzando, el caballero lanzando estocadas de precisa mortalidad. Mas ninguno de los dos desfallecía, ninguno quería rendirse, ninguno parecía dispuesto a morir.
Y en la distancia de un sueño, ambos se abalanzaban el uno sobre el otro. La danza era su sexo, la espada, su masculinidad. Y en las alcobas secretas de un mundo perdido, el Destino caballeroso y la Distancia retozaban.
Y al alba, cada uno despertaba en un rincón de su propio mundo. Y así, ajenos, continuaban su particular lucha, deshaciendo en secreto los hechizos de los humanos que, inocentes, nunca dejan de luchar.

Y cada noche la ramera espera, bajo el farol rojo de la calle de las tentaciones, que su historia vacía encuentre un pronto final.

No hay comentarios: