29 de junio de 2010

Sonreir con lágrimas en los ojos

Hundido, en el fondo del oscuro pozo, permití que mi cuerpo fuese invadido por la ponzoña del agua y el veneno del viento, y el azufre que manaba de las profundidades del infierno.
La vida es dura. Muy dura. Como las piedras que me rodean, como el suelo sobre el que estoy sentado, rodeado de pegajosa putrefacción. Me siento solo y humillado, y en la sordidez de un encierro que es voluntario, me siento pequeño y triste. Y patético.
¿Es tan terribe, la vida?
Vincent está torturado, su alma se ha resquebrajado, su corazón es de puro hielo, sus huesos de acero afilado, su lengua de mentiras y engaños. Nadie le ama, nadie le respeta, proque el no se ama a sí mismo, ni se respeta. Al final, Vincent es un reflejo de lo que yo soy, de lo que yo siento. Un reflejo distorsionado y retorcido hasta la extenuación, deshumanizado, dramatizado, endemoniado.
En una noche como cualquier otra, vislumbré la luz. Estaba muy alta, se me antojaba tan lejana como la más pequeña de las estrellas del firmamento. Tan lejos, y, sin embargo, tan cerca.
Luz.
La luz hace daño a mis ojos, que se han acostumbrado a no ver. La luz hace daño a mi cuerpo, que se ha acostumbrado a no sentir.
De la miseria y la tristeza, de la más terrible depresión, obtuve la fuerza necesaria para hundir mis dedos trémulos en las invisibles aristas de las paredes del pozo. Y como una alimaña, como un vil gusano, comencé a trepar.
La ascension es lenta, dificultosa, y más de una vez estuve cerca de la caída. Volver al fondo, a la ponzoña y al veneno del alma. Volver a ahogarme en el llanto triste.
Y regocijándome en ello, bañándome en la mísera tristeza y en las lágrimas secretas, encontré el camino que habría de llevarme al triunfo más ínfimo.
Porque en la sonrisa que oculta las frías lágrimas de la tempestad interior, encontré la inspiración para seguir adelante. No con mi vida, sino con la suya. Y la suya es, en definitiva, la mía.

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