20 de octubre de 2009

La simbiosis del personaje y el autor.

[…] En las escasas ocasiones en las que lograba conciliar el sueño, Clarissa no podía descansar, pues las pesadillas hacían presa de ella y en su mente atribulada sufría la tortura del dolor y el tormento de un sufrimiento que nunca tenía fin […]

Últimamente no puedo dormir bien. Creo que ya he hablado algo sobre el tema. El caso es que, curiosamente, solo me ha sucedido con esta novela, a la que me refiero, cariñosamente, como mi exorcismo personal. La historia de Clarissa, una mujer extraordinaria, escritora entregada a su arte que se convierte de pasión en tortura, en infierno. Hay tanto de mi en esta Clarissa, que es el amor de mi vida hecho mujer… de papel y tinta, que no carne y hueso.
Arriba tenéis un brevísimo fragmento extraído de la novela. Es una de las primeras frases que escribí y aunque sea en apariencia incorrecta (por las repeticiones, sobre todo) me gusta porque guarda mucha verdad bajo esa minucia estética.
Yo soy Clarissa. Yo vivo mi vida a través de mis personajes y sufro en mi mente la continua lucha entre lo que soy y lo que debería ser, entre lo que debería ser y lo que quiero ser. ¡Es tan complicado vivir mil vidas en tu cabeza!
Clarissa tampoco puede dormir. Eso lo ha heredado de mí, que soy su padre. Se revuelve en la cama, aporrea la almohada, respira hondo y cuenta ovejas. Pero al final se levanta de la cama, camina a hurtadillas hasta el escritorio y libera las bestias dormidas que la queman por dentro. Y en las páginas sobre las que derrama su tinta vierte sus inquietudes y los más secretos deseos de su alma. Y en esas páginas encuentra la absolución a los pecados que nunca podría confesar con su propia voz.
Sin embargo hay algo en Clarissa que la diferencia de lo que yo soy. Porque ella se ha rendido, ha sucumbido a la locura desatada de la creación, ha decidido no luchar y se ha rendido a la evidencia de lo inevitable. Ahora pertenece por entero al papel y la tinta, ya no es dueña de su propia vida y su destino está ligado al de las historias que escribe… y si ellas se marchitan ella morirá. Porque no puede vivir con ellas, pero sin ellas no puede vivir.
Como yo.
Y en esta afirmación final, en estas últimas palabras, he dejado parte de mi ser. No puedo creer que lo haya escrito, porque hacerlo significa, tal vez, rendirme y caer en mi propia locura. Hay cosas que nunca podré decir, cosas que me aterra reconocer. Cosas que jamás aceptaré… aunque con ellas esté siendo mi verdugo, aquel que señala el camino al infierno.
Escribir es un placer, es una liberación como no existe otra. Y sin embargo en muchas ocasiones es tan complicado levantar el bolígrafo y dejar que la tinta empape el más blanco y puro de los papeles…

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