11 de agosto de 2009

Cuando la vida duele

Hay momentos en los que uno no sabe muy bien qué hacer, dónde dejarse caer o en qué lugar apoyarse para dar el salto y salir del pozo negro en que se encuentra. Hoy me encuentro en ese punto. Éste es uno de esos momentos en los que duele hasta respirar, cuando a mis ojos acuden lágrimas que me trago para evitar un llanto incontrolable cuya naturaleza, lejos de ayudarme a salir de esto, me hundiría más. Pensamientos fugaces, oscuros y en ocasiones siniestros llenan mi cansada mente de ideas tétricas e imposibles. Y solo quiero gritar, encerrarme en mi dormitorio a oscuras y aislado del mundo, compadecerme de mi propia desdicha, cuya realidad desconozco. No espero que nadie me entienda. No espero que nadie lea esto. No espero nada de nadie. Porque hoy estoy triste, porque me siento deprimido, porque no tengo ganas de nada.
Es quizás el peor verano de mi vida, porque en él estoy encontrando los terribles fantasmas de un pasado que no quiero recordar, porque no tengo fuerzas para soportarlo. Quiero que todo acabe, que la paz inunde mi espíritu, que dejen de sangrar las heridas jamás curadas. Necesito irme solo, aislarme del mundo, dejar de escuchar las voces que me rodean y así, poder tomar decisiones irrevocables y de ese modo, sentirme yo mismo por una vez en la vida.
Porque ahora, en este día aciago, solo soy una sombra, una figura de barro que los demás intentan modelar a su antojo. Ahora necesito tomar mi propia forma, jugar con la arcilla en mis dedos y dejar que se endurezca a mi imagen y semejanza. Mientras espero el momento de hacerlo, todo duele, todo mata, todo hiere, todo me resulta difícil y complejo.
Y sin embargo, entre tanto dolor, he vuelto a soñar contigo…