14 de abril de 2009

DESEPERACIÓN

(sin fecha: marzo 2009)

Brillan los rayos del sol sobre el césped agreste del jardín descuidado. Muchas veces he pensado seriamente en dedicarme a ello, arreglar los parterres de flores, podar los árboles, recoger las flores secas que se desparraman sobre la hierba verde… pero siempre lo dejo correr. Aunque me gustaría poseer un jardín artificialmente hermoso, digno de una postal, mi desánimo puede más que este frívolo deseo.
Hoy hace sol. Como ayer, quizás como mañana. Sí, es muy posible que mañana el sol brille con la misma intensidad. El invierno ha quedado atrás, los cerezos están en flor. Creo que jamás he visto tantas flores en un solo árbol. Blancas y tiernas, brillan con los primeros rayos de la mañana. Las abejas sobrevuelan el cerezo buscando las mejores flores y con ellas, crearán su dulce miel. Bandadas de pájaros sobrevuelan el campo, preparado ya para la siembra de la patata. Su canto alegre vibra en mis oídos, llamándome a la felicidad de un día espléndido. Pero cierro la ventana y dejo que la persiana se cierre con estrépito, pues no estoy de humor.
Hoy me siento triste. Como ayer, quizás como mañana. Posiblemente, aunque no puedo asegurarlo. El invierno ha quedado atrás, se ha ido arrastrándome a una espiral de autodestrucción. Mis musas se han ido con las últimas lluvias de febrero. Ahora solo me queda esperar con la creciente inquietud robándome el aliento. ¿Y si jamás vuelven? ¿Y si los más profundos miedos de mi alma se hacen realidad? ¿Y si me pierdo en la palidez blanca del papel virgen?
Quiero escribir y no puedo. Ansío crear, mas no logro escribir otra cosa que basura, textos infumables que me avergüenzan profundamente. La sombra de la desdicha planea sobre mi mente vacía.
Quiero escribir. No puedo.
Algún día quizás me encuentren, desesperado, hundido en mis pensamientos más oscuros. Algún día despertaré en mi propia tumba, aterrado, sollozaré hasta morir de agotamiento, aunque no pueda ya morir pues no quedará vida en mi cuerpo. Dolor, terror, la certeza de un destino tan aciago como merecido, pues soy carne débil, pecaminosa. El cilicio de mis pecados abrasará mi carne impía y cobarde, lloraré suplicando clemencia. Mas no hallaré otra cosa que silencio.
Quiero escribir y no puedo. Pues solo pienso en mi desesperación.

Ha llegado la noche. Mis oscuros pensamientos se ocultan bajo la tenebrosa cúpula estrellada. No hay nubes que oculten el brillo de la luna menguante. Pese a todo, su mortecina luz apenas alcanza la superficie de la tierra. La oscuridad lo llena todo, incluido mi corazón, que sangra lentamente hasta secarse.
Se que todo terminará pronto. Espero que así sea. Esta inquietud me duele, me araña la piel, me infecta las fosas nasales.

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