21 de mayo de 2008

Cuando falten las palabras.

Esta noche tuve un sueño muy extraño. Un sueño vacío, yermo como el más extenso y fiero de los desiertos del mundo. Un sueño blanco, una hoja de papel que jamás llegaré a escribir. En mi mano temblaba un rotulador rojo que sangraba pequeñas gotas que manchaban la inmaculada superficie del papel de la desdicha.
Mis ojos tristes y cansados recorrían cada resquicio de aquel papel entonces convertido en mi mundo. Temí perderme en aquel desasosiego, sentir que el mundo terminaba con aquel suspiro ahogado. Quise gritar pero mi voz se había sobrecogido por el amargo sentimiento de la muerte...
Despierto, me siento ante un papel en blanco. En mi mano no hay un rotulador rojo sino el mismo bolígrafo de tinta negra. El papel es blanco, tan blanco que da pena ensuciarlo con palabras burdas que, quizás, se perderán en el olvido de mi desdicha.
Siento pena. Tristeza.
Cuando falten las palabras llegará la hora de la muerte. Vivo para escribir, escribo para vivir. No hay término medio.
Cuando falten las palabras pereceré. Y de no hacerlo, de sentirme cobarde y aferrarme inútilmente a la vida, me convertiré en un alma errante, de una sombra incapaz de pensar y actuar... y ellos, figuras oscuras alimentadas por mis neuronas cansadas, devorarán la materia gris de mi cansado cerebro. Y loco, desquiciado, recorreré el mundo cuán vagabundo sin otro hogar que el propio mundo.
Cuando falten las palabras, cuando se seque el pozo de la creatividad... Cuando, en fin, se muera cuanto de vivo hay en mi... habrá llegado el final. Solo entonces, nunca antes.
Cuando falten las palabras, diré adiós.

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